Linde
Melissa Mota y Sumie García
El recuerdo es el intento por retener el pasado en el presente, es traer a otro tiempo algo que ya ha sido. Las memorias se presentan como proyecciones que se entremezclan, reaparecen y desaparecen, definiendo y dando sentido a la existencia individual. Sin embargo, esta contención difícilmente se apega a la realidad de los sucesos; la distancia temporal se encarga de fragmentarlos, distorsionarlos y, en ocasiones, reinventarlos, haciendo cada vez más difusas las barreras con el mundo onírico.
Linde irrumpe en el inconsciente para darle forma a las memorias íntimas de la artista, enfatizando el miedo al olvido y la necesidad humana por conservarlos y revivirlos constantemente. La fotografía, se presenta como una extensión de la memoria individual y como un apoyo que refiere lo real en el pasado, inmovilizando el tiempo y dando pistas para reconstruir lo vivido. La exposición se compone de imágenes tomadas por García que brindan una mirada particular de paisajes marítimos. Una serie de acantilados presentados a manera de díptico espejeado, juega con la naturaleza de la representación de la memoria que deforma el referente, al tiempo que muestra un espejo interno. Al observar detenidamente las fotografías se aprecia una intervención parcial en bordado realizado por la artista que sigue las formas evocativas del agua y las piedras; los hilos se introducen en los resquicios del acantilado y se extienden hasta el agua, perdiéndose en la inmensidad del mar. El bordado evidencia y modifica la esencia del medio al añadir una nueva dimensión y trascender los límites del marco. De esta manera, la imagen deja de representar únicamente lo que fue, el tiempo deja de estar atascado y la representación se subjetiviza.
Paulatinamente, las obras se van alejando de la costa para adentrarse al mar abierto, a la memoria misma. La corrupción y destrucción de las imágenes por medio del trabajo en hilo se hace cada vez más presente y violenta. Retratos anónimos y paisajes bajo el agua en pequeña escala, a manera de fotografías de álbumes familiares, imitan el recuerdo vago, quizás a punto de desaparecer en la mente de la artista. Asimismo, a través el video –medio que, al igual que la fotografía, funciona como contenedor de recuerdos– la memoria individual y colectiva se cruzan al mezclar videos familiares con escenas de mar que pueden remitir a cualquier tiempo y lugar, por lo que el espectador puede sentirse identificado y evocar recuerdos propios que parten de un mismo referente.
Estos dejos de memoria rota apuntan hacia la inevitabilidad del olvido; son la fase previa a la inexistencia, destellos de muerte que se manifiestan sutilmente. El linde entre lo que ha sido, lo que es y lo que ya no será abandona su función divisoria. La costa se pierde de vista y el recuerdo queda a la deriva, esperando su fin. Y surge la pregunta: ¿morimos al perder nuestras memorias o al ser olvidados?